
Nueva Córdoba abrió dos Heineken el jueves a la noche, verdes como aceitunas verdes, frías como el calor reinante se lo estaba mereciendo. A las tres, todos los caminos conducían hacia Peekaboo. A las cuatro, Peeka volaba de fiebre, zanjaba las diferencias entre los días hábiles y los días de guardar, retorcía las pieles hasta quitarles la transpiración. Y como al entrar habíamos abandonado todas las esperanzas, el infierno estuvo encantador y el humo, dulce. Las más lindas piernas se estiraron para ver a Silver City, de U.S.A., alto en la torre. A las cinco nadie recordó que ya era viernes. Hasta que fue demasiado tarde y, como se sabe, para esto todavía no existe ningún remedio.
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