27 junio 2007

Lula

Los corazones salvajes no se cazan. Eso ya se sabe. No les sienta ni la muerte ni el cautiverio. David Lynch me lo enseñó hace mucho tiempo, cuando me mostró a Sailor cantándole a Lula "Love Me Tender". Los corazones salvajes se miden hasta desmensurarse, pero jamás podrán ajustarse a parámetro alguno. Suelen palpitar dentro de cuerpos acordes a las características de su salvajismo. Y se los intuye detrás de rostros por lo menos cautivantes a primera vista. Y transparentan sus sentimientos como si fueran obras de arte. Asi lo comprobé recientemente con una Lula que cayó en mis brazos. Fuimos de acá para allá y de allá para acá. Nunca dejó de brillar, ni siquiera en las peores circunstancias. Espejaba hasta a las bolas de espejos. Iluminaba a los flashes. Un vodka disparado desde la barra del Ojo la hirió como si fuese un dardo. Pero hace falta mucho más que eso para frenar a una Lula en pleno ataque. Su corazón, varias horas después, me seguía proponiendo responder a cada sístole con una diástole.

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Lejos de la cercanía

Lejos de la cercanía
“Cuando vivís es extraño todo lo que sucede”, dice el amigo Martín Toledo en su novela “Proximidad”. Martín, el que cayó aquella noche de 2004 desde el escenario de Casa Babylon. El que regresó a la superficie con los puños llenos de literatura. Llanto de Mudo fue la editorial que recogió esa furia y la convirtió en un libro. Más de 160 páginas en las que se cronica un fracaso tras otro. Porque, ya lo señala el propio autor, “cuando se quiere ser feliz comienzan las equivocaciones”. Y allá vamos entonces, cayéndonos y levantándonos, durmiéndonos y despertándonos. Cada vez más lejos y cada vez más cerca de la felicidad.

EL FANZINE

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