27 junio 2007
Lula
Los corazones salvajes no se cazan. Eso ya se sabe. No les sienta ni la muerte ni el cautiverio. David Lynch me lo enseñó hace mucho tiempo, cuando me mostró a Sailor cantándole a Lula "Love Me Tender". Los corazones salvajes se miden hasta desmensurarse, pero jamás podrán ajustarse a parámetro alguno. Suelen palpitar dentro de cuerpos acordes a las características de su salvajismo. Y se los intuye detrás de rostros por lo menos cautivantes a primera vista. Y transparentan sus sentimientos como si fueran obras de arte. Asi lo comprobé recientemente con una Lula que cayó en mis brazos. Fuimos de acá para allá y de allá para acá. Nunca dejó de brillar, ni siquiera en las peores circunstancias. Espejaba hasta a las bolas de espejos. Iluminaba a los flashes. Un vodka disparado desde la barra del Ojo la hirió como si fuese un dardo. Pero hace falta mucho más que eso para frenar a una Lula en pleno ataque. Su corazón, varias horas después, me seguía proponiendo responder a cada sístole con una diástole.
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