Los graffitis me pintan de recuerdos agradables. Artistas callejeros varios se dispersan ante los muros de la playa de estacionamiento de la Casona Municipal. Hay deejays que acompañan la iniciativa desde una ventana. Los escenarios cambian, pero la enjundia se repite. Rabiosos colores se corresponden con la furia de quienes los están esparciendo, mientras a pocos metros los autos recorren la calle La Rioja a puro bocinazo. La ciudad escupe su gargajo de indiferencia, pero los movileros de los canales de televisión conseguirán que la gente común se entere de lo que está ocurriendo. Entre el público se experimentan algunos pasos de baile, que completan una coreografía de cuerpos en acción en torno a cuerpos inmovilizados. Volveremos a este lugar un día de estos, estoy seguro. La que ya no volverá es aquella chica junto a la que por una vez pudimos ser héroes, parados sobre un colchón de extensiles. Con un aerosol imborrable, ella le puso punto final a la fantasía que mi corazón todavía sueña como punto y aparte.
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