No fueron los vampiros los que mataron a Sharon Tate, sino el clan Manson. Por eso, siendo las cuatro y media de la mañana, entro tranquilamente al Vampire Club y me asiento en la banqueta. En el vaso de plástico han depositado el contenido de una Bieckert. Y dentro del televisor, Ian Curtis insiste en cantar desde la ultratumba que el amor nos separará otra vez. En la Catedral Gótica de la ciudad, el sumo pontífice del dark aparece en una pantalla para repetir las palabras santas. Para señalarnos el camino del sinamor y la desesperanza. Para reconfortarnos en nuestra incomodidad. Siendo las cinco y media me retiro en paz. La ceremonia ha finalizado. Del optimismo inicial sólo me quedan migajas. Y me parece que escucho a Eric Burdon entonar cavernosamente una vieja canción. Aquella que le pide a las madres que alerten a sus hijos sobre un lugar en New Orleans, donde enseñan mejor que en el Cafetín de Buenos Aires a entregarse sin luchar.
1 comentario:
Nada como sentarte y sentirte observado por Marilyn Manson desde el pequeño cuadrito colgado en la pared.
Juank, te dejo un saludo vampiresco desde mi bunker personal!
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