El otro día vi “La rabia”, de Albertina Carri. Sí, la película del chancho. La de Dalma Maradona. ¿Y? Eso fue lo que me pregunté cuando terminé de verla. ¿Y? No era necesaria tanta pampa desolada, tanto grito pelado, tanta moto suelta. No era necesario el sexo implícito, la sangre derramada, la ventana abierta. No era necesario que yo me sentase en la butaca. Y mientras estaba allí, pensé en la necesidad que tenemos de que una obra de arte, cualquiera sea, nos sacuda el alma. Y rogué por lo bajo que el resto de los espectadores encontrara en “La rabia” algo necesario. A la salida, sin embargo, nadie me dijo nada.
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