Ahora hablo yo, porque me toca. Hablo de la noche del viernes pasado, que Tomates Asesinos abrió con una base rítmica extraída del ruidito del envoltorio de los caramelos Halls y de bocanadas de aliento. Fue en el Cabildo, en el Espacio Fenómenos de la Feria del Libro, donde se festejaban los cinco años cumplidos desde la irrupción de Juan Carlos Maraddón. Cuando la ceremonia acabó, el propio Juan Carlos guió a sus fieles hacia el bar menos pensado, con la excusa de comer una pizza. Pidió un océano de cervezas para humedecer el brindis. Cantó a coro canciones de Sui Generis y de Bob Dylan hasta quedar disfónico. Bailó rock, gritó "aro aro", preguntó quién se ha tomado todo el vino. El dueño del local, atrincherado en la barra, sacaba fotos del suceso con su teléfono móvil. La gente que pasaba por la calle no podía evitar asomarse, para curiosear el origen del jolgorio. Tarde pero no tanto, la fiesta derivó en los anecdotarios típicos de los borrachos. Hasta que se apagaron todos los televisores. Entonces, Juan Carlos paró un taxi con un gesto atolondrado y se metió adentro. "¿A dónde vamos, maestro?", le preguntó el tachero. Y él no supo qué contestarle.
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