Juan Carlos no llegó a conocer a Emi. Pero eso no fue obstáculo para que siguiera avanzando contra la ventisca de primavera hasta llegar a la sala velatoria. Lo esperaba el desconsuelo de la mamá de Emi: el chico, de 16 años, había decidido morir a la manera de Ian Curtis. Y ella se preguntaba por qué, sin darse cuenta de que no existe un por qué tan grande como para justificar esa tragedia. Para explicar un epílogo que deja en potencia todo lo que debió haberse convertido en acto. No se sabe si Emi escuchó alguna vez a Joy Division. Seguramente conocía a Nirvana. Tal vez ni se enteró de cómo Kurt Cobain interpretó la frase de Neil Young. La que insta a arder en vez de apagarse lentamente. El manifiesto punk enunciado por un hippie. Juan Carlos saludó y se fue directo hasta el Santy. Necesitaba ver a la gente reír, necesitaba escuchar otro ruido que no fuese el del llanto. Se clavó una Quilmes rodeada de estalactitas. Se atosigó de papas saladas. Su cuerpo siguió allí, alimentándose. Mientras tanto, su cabeza se exportó hacia el infinito. Ese lugar donde Emi seguirá eternamente componiendo las canciones que ya nunca podrá tocar con su banda.
1 comentario:
estas demente. Una crónica de estilo lietario, oscura. Sólo lo hace alguien que observa sin ser obsevado. Una palabra que tenga el de en frente, un par de gestos que se reiteran, una asoción "libre" y se sacó la ficha.
Correcto.
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