Así como de la nada, de la misma nada que es el reverso perfecto de todo, aparecieron Juan Carlos y Walter Ruben en la barra de Mirando al Cielo y ejecutaron vaya a saber cuántas cervezas. En esa noche arrancaba un ciclo que convoca a periodistas para que musicalicen las veladas de los jueves. Pablo Leites se calzó bien calzado el buzo de deejay en el debut. Juan Carlos y Walter estaban ahí para negociar la presencia de los DJ Charlatans en la fecha del 20 de noviembre. Eso era todo, el mismo todo que es el reverso perfecto de la nada. Iván, el anfitrión del lugar, les despachó una botella a poco más de cero grado. Ellos cogoteaban para no perder de vista lo que no había que perder (como mínimo) de vista. Las pupilas de Walter Ruben se encendieron con un par de morochas arrobadoras. Juan Carlos le seguía la corriente sanguínea. En eso estaban cuando se apropió del centro de la escena Joaquín Galán, el Pimpinela, el amigo de Diego y de Guillote, un dandy de aquellos. Se descargaba la cortina de lluvia de "Riders on the Storm", como si fuera un western, cuando Joaquín se acodó con sus amigos en la misma barra. Salpicaba el teclado de Ray Manzarek, cuando llegaron las chicas de pantalones blancos ajustados. Cantaba el propio Jim Morrison "Girl ya gotta love your man", cuando Walter instó a Juan Carlos para que huyesen sin pagar. Así, impunemente, abandonaron el saloon por la puerta grande. Ya habría tiempo al día siguiente para regresar y saldar la deuda. Para encontrar a Diego Capusotto sentado en la misma banqueta que ocupó Joaquín Galán. Ya no sonaban los Doors ni mucho menos. Y el reverso de la nada, o sea todo, parecía haber perdido su encanto en apenas 24 horas.
07 noviembre 2008
25 octubre 2008
Poder y no querer
No es la Kaaba. Es apenas El Cubo. Un cubo negro. El lugar indicado para empaquetar la sensación que invade a Juan Carlos en este sábado. Está, muy suelto de cuerpo, metido hasta el cuello en una fiesta Total Trash. Su testa, sin embargo, pende de una cita imposible. "Si puedo y podés te llamo y nos vemos", decía el mensaje de texto. Como siempre, se trata de una cuestión de poder. De querer poder. Se monta sobre la tarima de El Cubo una banda de rock, que se baja sin tocar ni siquiera un tema. Los vasos pasan de mano en mano. Los músicos vuelven a subir y esta vez logran arrancar con el show. Hay un sentimiento incontrolable y ruidoso en el ambiente, una voluntad de impacientar al silencio. En cierto momento indefinido de la noche, Juan Carlos se da cuenta de que sus pasos han atravesado la puerta hacia el exterior, que han sincronizado con su pensamiento de una vez por todas, que han entendido que no hay citas imposibles. Ahora, se trata de querer. O más bien, de poder querer.
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