09 diciembre 2007
Patas para arriba
Trepo al N5. Y arranca otra road movie. Por apenas un cospel, recorro los montes menos piadosos de la ciudad en un viernes a la medianoche. Sacan boleto la fámula de franco y la chica que está por rendir su última materia. Vamos por la montaña rusa que ha construido el Suquía a lo largo de los siglos. Subo hasta la entrada al salón de fiestas custodiada por un patovica de moño negro. Bajo hasta el regazo de las señoras que toman fresco en una vereda de Villa Páez. Subo hasta el portal que da la bienvenida al barrio privado. Bajo hasta la ochava sin luz en una esquina de Providencia. Y llego al centro. El sábado es un bebé de 15 minutos de vida. Cuando me bajo, disparo mi bendición al auriga que hunde el asiento con sus por lo menos 120 kilos. Ha sido nuestro führer, nos ha conducido hacia un destino. Y allá va, con su nave de fibra, mientras los hinchas se inflaman de cerveza y ciertos mozos comienzan a poner a las sillas patas para arriba.
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